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En muchos casos, la presencia del padre en la vida de los niños parece estar condicionada a su vínculo con la madre. Mientras están en pareja, hay cenas compartidas, juegos, cumpleaños celebrados, fotos familiares.
Pero cuando la relación se termina, también se esfuma el compromiso con la crianza. Como si al acabarse el amor por la mujer, se extinguiera también el amor por los hijos.
«Y no. El rol de padre no es negociable. No es intermitente. No se sostiene solo cuando hay pareja, comodidad o conveniencia».
¿Qué mensaje reciben los hijos?
Cuando un padre desaparece o se vuelve emocionalmente ausente tras una separación, los hijos no solo experimentan una pérdida: sienten que fueron descartados junto con el vínculo con su madre. Es una herida profunda que muchas veces se traduce en preguntas dolorosas:
- ¿Por qué ya no me busca?
- ¿Qué hice mal?
- ¿Es que no me quiere?
La ausencia no se entiende fácilmente desde la lógica adulta. Se vive, más bien, como abandono. Y ese abandono deja huellas: inseguridad, tristeza, confusión, baja autoestima. A veces, incluso, una idealización del padre ausente que impide a los niños conectar con su propio enojo o dolor.
Paternar no es estar de acuerdo con la madre
Es importante entender que criar no es estar en pareja. La responsabilidad parental no caduca con la ruptura. Los desacuerdos con la madre no justifican el alejamiento, el desinterés ni la indiferencia.
«La paternidad es un vínculo que se construye día a día, independientemente de cómo sea la relación con la otra figura parental».
Una paternidad sana implica asumir que los hijos no son una extensión de la ex pareja. Son personas completas, con derecho a ser amadas, vistas, acompañadas. Aunque la pareja se haya terminado. Aunque haya diferencias. Aunque duela.
¿Y las madres?
Muchas madres, al ver que el padre desaparece o se vuelve esporádico, asumen el doble rol: proveedoras, contenedoras, gestoras emocionales y logísticas. Sostienen, crían y consuelan solas.
Pero también sufren. Porque más allá del agotamiento físico y emocional, deben lidiar con la injusticia emocional de ver cómo sus hijos son ignorados o tratados como «consecuencias» de un amor que ya no existe.
Estas madres merecen ser vistas. Su tarea no debería ser invisibilizada ni romantizada. Es una carga que socialmente se espera que asuman en silencio. Pero no es justo. Y no debería ser normalizado.
Un llamado a la responsabilidad afectiva
Con este artículo no busco señalar con el dedo, sino invitar a reflexionar sobre el verdadero sentido de la paternidad. Ser padre no es un rol opcional ni condicional. No se trata solo de pagar una pensión o aparecer en las fiestas escolares.
Se trata de estar. Escuchar. Cuidar. Acompañar. Aunque no haya pareja. Aunque no haya conveniencia. Porque lo que está en juego es mucho más que una relación rota: es el bienestar emocional de un niño o niña que sigue necesitando amor, presencia y constancia.
Volver a comprometerse con la paternidad, incluso después de una separación, es también una forma de sanar, de madurar, de amar de forma más consciente.
Los hijos no deberían pagar el precio emocional de una ruptura entre adultos.
Ellos merecen ser elegidos siempre.
María Luisa Cuenca
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