
Sanar con éxito: el camino que no te enseñaron antes
junio 23, 2025Hay relaciones que se convierten en un esfuerzo constante por demostrar que eres suficiente.
Relaciones donde, hagas lo que hagas, nunca parece alcanzar. Si das tiempo, quieren más presencia. Si explicas, quieren más claridad. Si ofreces amor, te lo cuestionan.
Y ahí estás tú, esforzándote más de lo que deberías. Pidiendo perdón por cosas que no hiciste. Aceptando reclamos sin sentido. Desgastándote en una batalla que ya está perdida: la de tratar de ser «todo» para alguien que, en el fondo, no se siente lleno con nada.
La raíz del problema no eres tú: es la carencia que el otro no sabe mirar
«Cuando una persona exige de más en una relación, muchas veces no está hablando de ti. Está proyectando en ti sus propias inseguridades, heridas, vacíos y temores».
Pero si tú no te conoces lo suficiente, si tienes una herida de abandono, una necesidad de aprobación, o el mandato interno de “ser suficiente para que no se vayan”, vas a entrar en ese juego sin darte cuenta.
Y ese juego se parece mucho al sacrificio.
Dar no siempre es amor. A veces es miedo
Miedo a perder al otro. Miedo a que te dejen. Miedo a no ser querido si pones límites.
Entonces, das más de lo que tienes, y te olvidas de ti. Eso no es generosidad. Eso es descuido emocional disfrazado de entrega.
¿Por qué no alcanza nunca?
Porque para quien exige sin medida, no hay dosis de amor que le alcance si no está dispuesto a hacerse cargo de sí mismo. Y cuando estás con alguien así, no importa si te transformas, si te anulas, si haces todo lo posible por complacer: el problema no es lo que das, es que la otra persona está esperando que lo salves de sí misma.
Y eso no es posible.
¿Qué se hace en estos casos?
Se aprende a poner límites. Límites no para castigar al otro, sino para protegerte a ti.
Porque un límite no es un muro. Es un borde sano que define lo que estás dispuesta/o a dar sin traicionarte.
«Un límite dice: “esto puedo ofrecerte, pero no a costa de mí”. Y ahí cambia todo».
La paradoja: cuanto más das sin límites, menos valor tiene lo que das
El otro se acostumbra. Ya no ve tu entrega como un gesto de amor, sino como una obligación que tiene derecho a exigir. Y te vas vaciando.
Hasta que un día, no queda nada. Ni amor, ni energía, ni dignidad.
Por eso es tan importante frenar antes. No cuando estés rota/o, sino cuando empieces a darte cuenta de que estás intentando sostener sola/o una relación que debería ser compartida.
El problema no es que te pidan, sino que sientas que tienes que darlo todo para que no se vayan.
Ahí es donde tienes que hacer el trabajo interior. No se trata solo del otro, se trata de por qué sigues en vínculos que te exigen más de lo que pueden devolverte.
Por qué te cuesta decir “hasta aquí”. Por qué sientes que amar es entregarte por completo, aunque eso duela.
Y ahí empieza tu verdadero límite: El que te pones a ti misma/o para no volver a cruzar la frontera del abandono propio.
Cuando estás con alguien para quien nunca es suficiente, no te esfuerces en dar más. Es momento de revisar por qué estás aceptando tan poco a cambio.
Pon un límite, no por orgullo, sino por cuidado. Porque amar no debería doler tanto. Y porque tú también mereces una relación donde no tengas que explicarte tanto, probar tanto, sostener tanto.
Mereces estar con alguien para quien tú, tal como eres, sí seas suficiente.
María Luisa Cuenca
@marilupsico
+54 9 11 2773-8743
marilupsico27@gmail.com