
Rigidez: cuando el miedo al cambio se disfraza de control
julio 22, 2025
Acuerdos y renuncias en la pareja: cuando el equilibrio se rompe
agosto 11, 2025«Hay personas que prefieren seguir viviendo en un infierno conocido antes que caminar hacia un paraíso incierto. No porque les guste sufrir, sino porque salir exige algo que asusta más que el dolor: cambiar».
El cambio obliga a romper rutinas, soltar vínculos, cuestionar creencias y atravesar incomodidades que nadie quiere sentir. Y sí, hay que decirlo: es más fácil quedarse quieto. Es más sencillo seguir en la relación que duele, en el trabajo que asfixia o en los hábitos que desgastan, que enfrentar el vértigo de empezar de nuevo.
Es como vivir en una habitación oscura. Sabemos dónde está cada mueble, cada esquina. Aprendemos a movernos sin tropezar, incluso si el aire ahí adentro es pesado. Abrir la puerta significaría entrar a un lugar donde no sabemos cómo caminar, dónde se encenderá la luz o qué encontraremos. Y eso, para muchos, es más aterrador que cualquier herida.
El miedo disfrazado de comodidad
Muchas personas creen que no cambian porque “no quieren”. Pero detrás de esa aparente apatía suele haber miedo. Miedo a fracasar, a equivocarse, a descubrir que no todo saldrá como esperaban.
«El cambio nos obliga a tomar decisiones valientes: salir de un trabajo que nos asfixia, terminar una relación que ya no nos nutre, mudarnos a otra ciudad, pedir ayuda profesional».
Todas esas decisiones tienen un precio: la incomodidad. La incomodidad de no tener certezas, de dar pasos sin saber qué vendrá después, de enfrentarnos a nuestros propios límites. Y no todos están dispuestos a pagarlo.
El apego al dolor conocido
Puede sonar contradictorio, pero a veces preferimos el dolor que ya conocemos antes que arriesgarnos a uno nuevo. Quien ha vivido mucho tiempo en una relación dañina sabe que duele, pero también sabe cómo duele. Cambiar implicaría reescribir su vida entera, y eso puede dar más vértigo que la herida misma.
Este apego al dolor conocido también se ve en personas que permanecen años en un trabajo que las consume, en hábitos que las enferman o en dinámicas familiares que las hieren. No porque no sueñen con algo distinto, sino porque sueñan… pero no actúan.
La decisión que define todo
Quedarse o moverse. Esa es la elección que, tarde o temprano, todos tenemos que enfrentar. Y aquí está la verdad incómoda: quedarse donde uno está también es una decisión. Tal vez no lo parezca, porque muchas veces “no hacer nada” se siente como una neutralidad, pero en realidad es elegir que todo siga igual.
«El cambio no llega solo. Requiere incomodarnos, cuestionarnos, romper patrones, asumir que dolerá y, a pesar de todo, seguir adelante».
Es abrir la puerta de esa habitación oscura, aunque afuera haya un pasillo que desconocemos.
Un último recordatorio
Nadie puede obligar a otro a cambiar. Podemos inspirar, acompañar, motivar… pero no empujar a alguien que no quiere moverse. Lo que sí podemos es elegir por nosotros: ¿queremos seguir sufriendo por costumbre o atrevernos a buscar algo mejor?
Porque el cambio duele, sí… pero el estancamiento también. Y entre dos dolores, conviene elegir aquel que nos acerque a la vida que queremos vivir.
Estoy para acompañarte en esa “incomodidad”, si esta es necesaria para que llegues a la plenitud.
María Luisa Cuenca
@marilupsico
+54 9 11 2773-8743
marilupsico27@gmail.com




