
Los desafíos de la pareja durante la maternidad
mayo 5, 2025
¿Realmente es por los hijos que no te vas?
mayo 19, 2025Hay historias de mujeres que, al convertirse en madres, no solo transformaron sus rutinas, sus prioridades y sus cuerpos… también pusieron en pausa su vida emocional, sus vínculos afectivos, sus proyectos, su deseo.
Mujeres que no volvieron a tener una pareja, que no retomaron el rumbo profesional que soñaban, que dejaron de hacer cosas que las hacían sentir vivas.
Y, con el tiempo, esa pausa se volvió definitiva. Se resignaron. Se quedaron ahí. Algunas, por miedo. Otras, por agotamiento. Algunas más, por amor. O, en muchos casos, por una mezcla confusa de todo eso.
Desde afuera, a veces se dice: “eligió estar sola”. Pero esa elección, ¿fue realmente una elección libre o una forma de sobrevivir a una época que no le dio espacio para otra cosa?
¿Eligieron una soledad renovadora y libre… o simplemente se rindieron?
No hay una sola respuesta. Pero sí hay patrones que se repiten. Muchas de esas mujeres —nuestras madres, nuestras tías, nuestras abuelas— crecieron con la idea de que la maternidad debía ser total. Que ser madre implicaba postergarse, callarse, entregarse por completo.
«Y lo hicieron. Por convicción, por mandato, por necesidad. Pero en el camino, muchas se perdieron a sí mismas».
Y entonces surgió otro fenómeno: la expectativa silenciosa de que sus hijos compensen esa pérdida. No necesariamente como un acto consciente, pero sí como una carga emocional real.
La madre que nunca más tuvo un encuentro amoroso, que jamás retomó una pasión personal, que siempre “estuvo ahí”… a veces carga a sus hijos con un peso que no les corresponde: el de hacerla feliz, el de llenar un vacío que dejó de intentar llenar por sí misma, el de justificar todo lo que no vivió.
Eso, aunque se vista de amor, duele. Porque amar no es hacer de los hijos el único sentido de la vida.
Amar también es mostrarles que uno sigue siendo una persona entera, con deseos, vínculos, y un camino propio. Amar es enseñarles que se puede ser madre sin dejar de ser mujer.
Por eso, cuando hablamos de estas madres que no continuaron con su vida, es importante no juzgar, pero sí comprender. Muchas no supieron cómo seguir. O no pudieron.
O no tuvieron las redes para reinventarse.
Y otras sí eligieron esa soledad como un espacio de poder, como un refugio donde volver a encontrarse, aunque nunca lo hayan podido decir en voz alta.
Y entonces surgió otro fenómeno: la expectativa silenciosa de que sus hijos compensen esa pérdida. No necesariamente como un acto consciente, pero sí como una carga emocional real.
La madre que nunca más tuvo un encuentro amoroso, que jamás retomó una pasión personal, que siempre “estuvo ahí”… a veces carga a sus hijos con un peso que no les corresponde: el de hacerla feliz, el de llenar un vacío que dejó de intentar llenar por sí misma, el de justificar todo lo que no vivió.
Eso, aunque se vista de amor, duele. Porque amar no es hacer de los hijos el único sentido de la vida.
Amar también es mostrarles que uno sigue siendo una persona entera, con deseos, vínculos, y un camino propio. Amar es enseñarles que se puede ser madre sin dejar de ser mujer.
Por eso, cuando hablamos de estas madres que no continuaron con su vida, es importante no juzgar, pero sí comprender. Muchas no supieron cómo seguir. O no pudieron.
O no tuvieron las redes para reinventarse.
Y otras sí eligieron esa soledad como un espacio de poder, como un refugio donde volver a encontrarse, aunque nunca lo hayan podido decir en voz alta.
¿Sobre quién recae el peso emocional cuando una madre no se permite seguir su camino?
A veces, sobre ella misma, en forma de tristeza, frustración o enfermedad. A veces, sobre sus hijos, que crecen con el mandato implícito de no decepcionarla, de no alejarse, de “darle sentido” a su sacrificio.
Romper con esa cadena es posible. Y empieza reconociendo estas historias. Nombrándolas. Entendiendo que muchas mujeres no fueron libres para vivir la vida que soñaban. Y que, si hoy podemos ver esto con más claridad, tenemos también la oportunidad de sanar y de honrar lo que hicieron, sin repetir lo que dolió.
Porque no hay maternidad perfecta. Pero sí puede haber maternidad más libre, más humana, más consciente.
Y también hijas e hijos que se permiten elegir sin cargar culpas ajenas.
Con cariño,
María Luisa Cuenca
@marilupsico
+54 9 11 2773-8743
marilupsico27@gmail.com