
Terapia, coaching o mentoría: cómo saber cuál necesitas
abril 14, 2025
Los desafíos de la pareja durante la maternidad
mayo 5, 2025“Estoy mejor sola…”
Esta es una frase que escucho con frecuencia. A veces con convicción, otras con resignación. Y claro, elegir estar solo puede ser un acto de amor propio, de cuidado, de sanación. Pero también puede ser un escudo. Un refugio que no abriga, sino que esconde.
Hay personas que no se están eligiendo… se están protegiendo.
«Y protegerse no es malo. De hecho, es un mecanismo natural cuando hemos sido heridos. El problema es cuando esa protección se vuelve un encierro. Cuando dejamos de vivir por miedo a lo que podría doler».
Quien ha experimentado el abandono, la traición o la ausencia emocional en sus relaciones más tempranas, desarrolla —con o sin darse cuenta— una forma particular de amar: con distancia. Con el freno de mano puesto. Con el “mejor no me ilusiono”, el “seguro se va a ir” o el “prefiero no esperar nada”.
Y así, terminamos alejando justo a quienes más queremos. No porque no sintamos amor, sino porque sentimos miedo.
El miedo al abandono no desaparece alejándote
Creemos que si no nos vinculamos, no vamos a sufrir. Que si mantenemos el corazón cerrado, nadie va a romperlo. Que si no nos ilusionamos, nada va a decepcionarnos. Pero vivir así también es una forma de pérdida. Porque cada vínculo evitado por miedo al abandono, es una oportunidad perdida de conexión, de intimidad, de verdad.
El miedo al abandono no desaparece con la soledad. Se agranda. Se enquista. Porque mientras más te alejas, más te convences de que nadie se va a quedar. Y ese pensamiento termina cumpliéndose: no porque los demás se vayan, sino porque tú no los dejas entrar.
«Y en el fondo, sabes que no estás mejor solo… estás más a salvo, sí, pero también más aislado. Más lejos del dolor, sí, pero también del amor».
Alejar por miedo no es amor propio, es supervivencia
A veces confundimos autocuidado con evitación. Decimos que nos estamos priorizando, cuando en realidad nos estamos escondiendo. Ponemos límites tan altos que se vuelven muros. Y detrás de esos muros, nos sentimos seguros, pero también vacíos.
Las personas que te quieren lo sienten. Sienten cuando te vas retirando emocionalmente. Cuando te cuesta confiar. Cuando todo es demasiado, cuando no das lugar a que te cuiden, a que te amen sin que tengas que controlarlo todo.
Pero el amor no puede crecer donde no hay espacio. Donde el otro tiene que adivinar si puede quedarse o si va a ser empujado fuera.
La verdadera libertad es elegir quedarte
Sanar no es encerrarte. Sanar es poder abrir la puerta de nuevo, aunque tiemble la mano. Es permitirte conectar sabiendo que sí, el dolor es posible, pero que también lo es el amor, la compañía, la intimidad.
Y es verdad: cuando te entregas, puedes perder. Pero si nunca te entregas, ya estás perdiendo.
Sanar el miedo al abandono implica mirar hacia atrás y reconocer de dónde viene.
- ¿Cuándo aprendiste que no podías confiar?
- ¿En qué momento creíste que eras más fuerte si no necesitabas a nadie?
- ¿Qué herida estás evitando revivir?
La respuesta no va a llegar de un día para el otro. Pero el primer paso es preguntártelo con honestidad.
Porque no, no estás “mejor sola” si estás sufriendo en silencio. Estás más segura, tal vez. Pero también estás más lejos de la vida que deseas.
«Y la soledad elegida puede ser hermosa. Pero la soledad impuesta por el miedo… es otra forma de cárcel».
Si hoy sientes que estás alejando a quienes te quieren, no te juzgues. No te culpes. Es una reacción humana frente a un dolor real. Pero tampoco te quedes ahí. Míralo. Háblalo. Y si puedes, pídete ayuda para soltarlo.
Porque mereces quedarte donde hay amor.
Y mereces dejar que otros también se queden contigo.
Con amor,
María Luisa Cuenca
@marilupsico
+54 9 11 2773-8743
marilupsico27@gmail.com